sábado, 24 de diciembre de 2011

RECONFIGURAR LAS ESENCIAS




            Mi querido Emilio descansa en una apartada aldea de montaña. Allí el impacto de la nueva sociedad que nos rodea es moderado. El paisaje y el paisanaje son cómplices en un juego de recuperación de las esencias que será vital para su porvenir.
            Me preocupa su adaptación a un mundo triste, pesimista, alejado más que nunca de las fuentes primordiales. La realidad en la que cree hoy el ser humano es virtual. Es difícil compartir tamaña idolatría cuando todos los días necesitamos comer y respirar de manera absolutamente real; por no enumerar otras necesidades físicas y psicológicas que no pueden o deben virtualizarse y forman parte de nuestro más íntimo ser.
            Emilio entiende el yo como una extensión de la naturaleza y del “nosotros”. Comienza por ello a rebelarse contra ciertos usos sociales de este tiempo que conducen al aislamiento, al abuso, al miedo, a la desconfianza. Saluda a todo el mundo, se interesa por cualquiera, se ofrece con su natural generosidad. No utiliza mecanismos para aquello que sus manos, sus pies o su inteligencia pueden acometer por sí solos, prefiere el trato personal y directo ante cualquier otra alternativa. Come pausadamente, habla y escucha con atención, aprende rápido, duerme como un bendito.         
            Quiero que lo haga sin mi ayuda, hasta donde sea posible, porque mis sensaciones al volver no han sido buenas y mis conclusiones resultan francamente pesimistas. Es un planteamiento egoísta por mi parte, lo reconozco. Confío en que Emilio me ayude a recuperar la esperanza con su bondad y su sencillez. Quiero ver este mundo a través de sus ojos, ya que con los míos no alcanzo a recuperar la convicción que alimentaba antaño mis días.
            Lo que no me preocupa en absoluto es la naturaleza. Ella saldrá adelante con o sin nosotros. Leo en su libro la fatiga de la oruga que está en sus últimos días antes de comenzar a enredarse en la muerte de una metamorfosis reparadora. Yo no veré la mariposa; Emilio tampoco. Somos dos tejedores disciplinados.
            Mi estimado Emilio abre los ojos cada mañana a una aventura. Le duele el yo en la medida en que también es extensión de la naturaleza y, por ello, procede a restañar estas heridas. Haciendo uso de todas sus energías predica el nuevo magisterio con un primer mandamiento: amarás el agua como a ti mismo.
            Los mares, los cielos, los ríos, las fuentes y todo aquello que abraza la vida guarda silencio y escucha a este humilde, minúsculo, tozudo y soberano predicador.

miércoles, 14 de diciembre de 2011

FAVORES INAPRECIABLES

            « L’ingratitude seroit plus rare si les bienfaits à usure étoient moins connus. On aime ce qui nous fait du bien; c’est un sentiment si naturel ! L’ingratitude n’est pas dans le cœur de l’homme, mais l’intérêt y est: il y a moins d’obligés ingrats que de bienfaiteurs intéressés. Si vous me vendez vos dons, je marchanderai sur le prix; mais si vous feignez de donner pour vendre ensuite à votre mot, vous usez de fraude: c’est d’être gratuits qui les rend inestimables. Le cœur ne reçoit de lois que de lui-même; en voulant l’enchaîner on le dégage; on l’enchaîne en le laissant libre. »

Émile  ou de l’education
J. J. Rousseau



            Sería aún más rara la ingratitud si fueran menos frecuentes las donaciones con usura. Amamos lo que nos produce un bien; ¡es un sentimiento tan natural! La ingratitud no se alberga en el corazón humano, pero el interés sí: existen menos deudores ingratos que benefactores interesados. Si me vendéis vuestros dones, yo regatearé el precio que quiero pagar por ellos; pero si fingís que me dais para venderme luego al precio que queráis, cometéis un fraude: es el hecho de ser gratuitos lo que los hace inapreciables. El corazón sólo admite leyes de sí mismo; queriendo encadenarlo, lo liberas; dejándolo libre lo encadenas.

domingo, 4 de diciembre de 2011

REVELACIÓN IMPONDERABLE

            Si de todo aquello que he visto y conocido en las últimas semanas, bajo este extraño calor de otoño, tuviera que hablaros, Jean Jacques, de lo que más me ha emocionado, no albergaría duda alguna: es la mujer.
            Creo entender por vuestras largas explicaciones que hay una buena parte del ecumene en el que todavía no se admite la igualdad entre ambos géneros. Esto no desmerece la fascinación que siento al observar tan maravilloso cambio. Siempre pensé que el patriarcado era un dominio antinatural aunque vos os hallabais todavía bajo el influjo de algunos de sus prejuicios. Y no entendía la importancia de la fuerza como cosa de hombres. Si de los hombres y sólo de ellos son cosas como las guerras ¿he de añadir mucho más?

            Pero qué agradable desafío de naturalidad, qué belleza omnipresente en el desparpajo del vestir; esa magnífica riqueza de atuendos, desde el pantalón -parece que se inventó más para ellas que para nosotros- hasta el traje con falda de talle ajustado. Qué luz despierta su mirada viva, hiperactiva, inteligente; la luz de la confianza en el hoy y en el porvenir. Ellas generan confianza también, son la resistencia dentro del caótico devenir de estos tiempos, o como se dice ahora la resiliencia.
            En este orden natural de las cosas que intentamos vos y yo leer fielmente, su posición y su estatus parece ahora más coherente, pero ¿el nuestro?
            Somos los cazadores y ellas las recolectoras; una manera muy distinta de interpretar indicios en el entorno. Por cierto ¡quién reconoce ya este maldito entorno! Intuyo que no soy el único que hierra en percepciones y previsiones con respecto a la realidad inmediata. Si son tiempos de adaptación y prudencia, he aquí un nuevo argumento a favor de las recolectoras, ¿no creéis?  Antes de dar por bueno el fruto hay que buscar en el acerbo de la experiencia toda información relevante, probar con suma precaución, recoger, garantizar su conservación, mantener el recurso…
            Oh, la mujer. Sólo la sensibilidad femenina nos conducirá a la regeneración, a nuevas soluciones para viejos problemas, a sanar lo que ha enfermado, actuar sin reservas.
            Disfrutemos de su belleza, veneremos sus talentos, conciliemos nuestras visiones, reconozcamos y demudemos nuestra estúpida prepotencia.
            Me siento cómodo en este nuevo mundo, Jean Jacques: doctoras, conductoras de autobuses, policías, psicólogas, alcaldesas, maestras, arquitectas. Desconfiemos de quienes dan la espalda a este principio de la nueva era. Luchemos para que sea fundamento firme e irrenunciable. Ocupemos el lugar que nos corresponde y seamos persistentes, como ellas, en la polivalencia y la ubicuidad.
            Me habláis de que sin compromiso no hay nada. He aquí una primera dimensión de compromiso posible. Porque amarlas,… es imposible no hacerlo.

jueves, 24 de noviembre de 2011

LIBERTAD, IGUALDAD, FRATERNIDAD

        


            Leo en el envés de tu moneda el lema de la revolución: “Libertad, igualdad, fraternidad”. Nada más lejos de tener un precio.
            Y me preguntas por esta paradoja, por el sinsentido en estos tiempos de pedir la libertad más absoluta; en el reino del feroz individualismo, del ocio y el consumo.
            Busquemos más a fondo.
            No somos nada si ni siquiera nos conocemos a nosotros mismos. Menos aún si renunciamos a conocer nuestro entorno con nuestros propios sentidos.
            La verdadera revolución empieza hoy en el nacimiento del yo, el yo consciente, el yo que siente lo que le rodea, que le repugna o le fascina la realidad, porque la escucha, la huele, la acaricia. Que la comparte y la interpreta con sus semejantes en una inagotable danza de intercambios sin prejuicios. El yo consciente necesita descubrir por sí mismo sus debilidades y sus capacidades, y necesita asimismo actuar para ponerlas a prueba.
            El yo consciente no puede madurar encerrado en sí mismo, no puede madurar conociendo o interpretando la realidad a través de la opinión o la experiencia de otros, no puede madurar dando la espalda a problemas o debilidades, no puede madurar sin actuar en consecuencia ante sus propias revelaciones, no debe renunciar a asumir toda su responsabilidad, no debe caer en la falacia del pesimismo ni del olvido fácil, no debe acomodarse en el aparente éxito que otorga el poder económico y social, no debe desear nada bueno sólo para él, no debe creer como excluyente la meritoria experiencia de un fracaso, no, porque la realidad demuestra tozudamente que todo y todos estamos íntimamente relacionados.

            (Dime de qué habría de servirnos la igualdad sin libertad; todos esclavos, eso sí, sin diferencias. Una igualdad forzada desde las carencias, vacía.
            Y, ¿te imaginas una fraternidad sin igualdad? Un nido de hipocresía sin medida. Porque ¿se puede concebir en la fraternidad la concesión de privilegios a unos en perjuicio de los otros?
            En todo caso, tampoco puedo comprender la libertad sin igualdad. ¿Qué sería, un menú de libertades a la carta?
            Ni la igualdad sin fraternidad: ¿configurar  un escenario de desconfianzas y recelos?
            Del mismo modo me horroriza una fraternidad sin libertad, siendo como sería la amputación del crecimiento real de cada individuo, la desesperanza, el conformismo.
            O la libertad sin fraternidad; entre la indiferencia mutua, la antipatía o el conflicto.)

            Íntimamente, cada uno de nosotros, habría de conocer bien cada episodio cotidiano de explotación, abuso, sometimiento o insolidaridad en el que ha participado: el hombre sobre la mujer, la madre sobre la hija, hermanos contra hermanos, hijos frente a padres, poderosos contra indefensos. ¿Acaso lo que hagan los demás puede llegar a ser eximente de la responsabilidad personal?
            El yo consciente busca en sí mismo y es consecuente. Ser consecuente significa compromiso. En primer lugar, el compromiso contigo mismo para seguir avanzando y madurando interiormente. En segundo lugar, el compromiso con los demás para garantizar las condiciones que permitan a todo el mundo avanzar y madurar igualmente: la libertad, la igualdad y la fraternidad.
            No es complicado, no es extenuante. Recuerda que todo está conectado y, si comienzas a moverte en esa dirección, descubrirás siempre nuevos agentes solidarios con tu marcha. Siempre.
            Me conmueve tu insistencia en dudar de tantas cosas, en preguntarte el porqué de todo. Pero reconoce las respuestas cuando aparezcan y concédeles el mismo estatus de valor que a las preguntas. Podrás variar el rumbo, la intensidad, el medio, pero no renuncies a la inquietud de esta búsqueda permanente.
            Tu moneda no cambiará el signo de los mercados, puedes estar seguro.
            Tu moneda ha de cambiar el mundo; es un valor seguro: libertad, igualdad, fraternidad, compromiso y perseverancia.

lunes, 14 de noviembre de 2011

EL POR-VENIR DEL PRESENTE

             « Que de voix vont s’élever contre moi! J’entends de loin les clameurs de cette fausse sagesse qui nous jette incessamment hors de nous, qui compte toujours le présent pour rien, et poursuivant sans relâche un avenir qui fuit à mesure qu’on avance, à force de nous transporter où nous ne sommes pas, nous transporte où nous ne serons jamais. »

J. J. Rousseau

            ¡Cuántas voces se van a levantar contra mí! ¡Oigo de lejos los clamores de esa falsa sabiduría que nos echa incesantemente fuera de nosotros, que desprecia siempre el tiempo presente, y persiguiendo sin descanso un porvenir que huye a medida que avanzamos, y que a fuerza de querer trasladarnos adonde no estamos, nos transporta hacia donde no estaremos jamás!



viernes, 4 de noviembre de 2011

EMILIO, SIGLO XXI

            Emilio ha despertado de un largo sueño. Abre los ojos y el mundo que conoció, el mundo sobre el que le instruyeron ya no está. Reconoce aspectos de su vida y sus costumbres en algunos casos, pero se siente indefenso.
            Y como criatura inquieta y neonata comienza a plantearse preguntas y más preguntas que de momento nadie responde.
            ¿Por qué hay tanto ruido? ¿Cómo es capaz de vivir así esta gente?
            Observa vehículos autónomos que no necesitan de ninguna bestia para moverse y que circulan a unas velocidades que le producen vértigo. Y le asombra una multitud de personas en calles de inmaculada limpieza aparentemente ajenos unos de los otros y en convivencia suicida con estos carromatos veloces.
            ¿Qué estación del año debe de ser? Reconoce apenas los indicios de algunos árboles que han perdido sus hojas y un tiempo tibio desdibujando su razonamiento.
            En las enormes edificaciones proliferan los ciudadanos encarando unas pantallas luminosas y tecleando una especie de pianoforte con pequeñas teclas de letras. Su concentración es tal que pueden pasar horas y horas sin comunicarse con las otras personas que están en idénticas circunstancias junto a ellos.  De hecho, Emilio observa con estupor que las personas que caminan por la calle no hablan entre ellos.
            ¿Dónde están los animales? Tan sólo algunos pájaros de horribles graznidos se dejan ver en este extravagante biotopo, además de unas palomas sucias y, en algunos casos, lastimadas por heridas impropias de un lugar sin aparentes depredadores. No hay rastro de caballerías, los perros no son libres, y las únicas piezas de ganado que ha podido descubrir son las que muestran las tiendas, perfectamente despiezadas, envueltas como si fueran para regalar y en una abundancia que no puede llegar a cuantificar razonablemente.
            Pero, por Dios ¿Qué llevo puesto? Emilio no había reparado en su indumentaria. Unos calzones ceñidos y de un tejido áspero. Un camisón corto, unos zapatos estilizados. Un aparato extraño en el bolsillo que descubre extraordinariamente común entre sus semejantes. Ellos acercan este aparato a la oreja y en ocasiones hablan con nadie como en un ensayo de teatro a solas.
            Es demasiado. Repentinamente ese aparato comienza a emitir una melodía de manera repetitiva e insolente. Mira la pantalla y ve escrito un nombre: Jean Jacques.



martes, 4 de octubre de 2011

ELOGIO DEL SILENCIO

   

El viaje, aquel viaje liberador y premonitorio, comenzó hace mucho tiempo, en una edad tierna, inexperta.
Todo comienzo es joven y, por añadidura, inquieto, con la inquietud de la prisa por llegar a todas partes; joven, sí, y por ello ardiente, con el ardor de la infinidad de estímulos por devorar sin mesura.
¿Reconocéis en este punto el aluvión de voces, discursos, clamor, barullo para este pobre aprendiz de caminante? Y unas pequeñas, inapreciables señas de identidad tratando de manifestarse, de conformarse con retales de talento y picardía tomados en préstamo aquí y allá.
En el principio, pues, fue el ruido. Lejos del yo resuena lo otro, se hace poderoso adentro; se asimila el ajetreo -un devenir de almas disociadas, solipsistas-, el mercadeo -el valor superficial como etiqueta impertinente-, la medida -un lenguaje reductor de todas las dimensiones- o la urgencia -ese desequilibrio permanente y agónico-.
            Sin embargo, la personalidad madura desde un crisol primitivo. Nacemos siendo niños y nacemos también enajenados de toda cultura que nos guíe en la explicación del porqué de todo lo que nos rodea.
            Esa edad antigua, rodeada de dudas, era el silencio. Mirando las estrellas en soledad, escuchando crepitar el fuego de la noche, sintiendo alaridos lejanos, estremecedores, dejando fluir el cauce permanente de un río.
            En algunas estaciones de mi viaje, comencé a encontrar escenarios antiguos y todos invitaban al recogimiento interior. En ellos no había urgencia, sino perennidad. Había infinitud y no medida. No había valor; todo era incalculable. Y había una poderosa intuición de identidad común entre ello y yo mismo. En efecto, todo conducía al propio yo.
            Veréis, en el silencio de esa edad antigua todo sonido manifiesta de manera cristalina una realidad. Es absoluto, indudable, lento, dilatable hasta la ubicuidad. Y es entonces, en ese contrapunto de existencias e inexistencia, de sonidos y silencio, cuando el viaje hacia el yo comienza a trazar el rumbo exacto.
            Han transcurrido innumerables jornadas desde el comienzo de mi aventura. Voy aprendiendo a buscar en cada una de ellas el origen de todas las dudas, de todas las reflexiones: el silencio. Voy apagando los estímulos ajenos al yo, voy adentrándome en el pálpito original, la madre de todas las certidumbres, hasta que sólo escucho mi respiración, mi pulso, mi garganta, mi existencia; hasta que comprendo que mientras viva no hallaré el silencio, no dejaré de buscarlo.
            Este es mi viaje, amigos. Cada jornada redibuja los perfiles de mis anteriores averiguaciones, de mis creencias. Escucho nuevos sonidos que no reconozco, lenguajes atávicos describiendo una realidad nueva por abordar. Sin querer evitarlo, me dejo atrapar por ellos.
            De tal modo que, poco a poco, voy identificando las alteraciones relevantes del silencio con marcadores más o menos  fiables que comparto, por fortuna, con otras almas. Los llamamos palabras.
            Y todo ello, paso a paso, va ingresando en un inestable y rudimentario almacén que tan solo me pertenece a mí –aunque no estoy del todo seguro- y que hemos determinado llamarlo memoria.




Foto: Henri Cartier-Bresson