lunes, 24 de noviembre de 2014

AMIN MAALOUF EN EL CUADERNO DE ZENÓN


           «Y el viernes, 2 de octubre de 1187, el 27 de rajab del año 583 de la hégira, el mismo día en que los musulmanes celebran el viaje nocturno del Profeta a Jerusalén, Saladino hizo su entrada solemne en la Ciudad Santa. Sus emires y sus soldados tienen órdenes estrictas: ningún cristiano, tanto si es franco como oriental, debe ser molestado. De hecho no habrá ni masacre ni pillaje. Algunos fanáticos han reclamado la destrucción de la Iglesia del Santo Sepulcro como represalia contra las exacciones cometidas por los francos, pero Saladino les para los pies. Muy al contrario, refuerza la guardia de los lugares de culto y anuncia que los mismos francos podrán venir en peregrinaje cuando quieran.»

Las cruzadas vistas por los árabes
Amin Maalouf
1983

viernes, 14 de noviembre de 2014

MIQUEL MARTÍ I POL EN EL CUADERNO DE ZENÓN


No em repeteixo. Dic
només coses semblants
i encara de vegades.
Sovint em descobreixo
noves arrugues, nous
i molt subtils defectes;
raons per creure en mi,
per explorar-me i créixer.
D’això parlo. Són fets
evidentment banals,
discrets, subsidiaris.
Ho sé bé prou. No em faig
il•lusions absurdes;
ja fa quaranta-nou
anys i escaig que em contemplo.
No em resigno, però
ni a l’oci ni al silenci.
Teixiré vida amb fils
de la mateixa corda
que se’m desfila als dits;
escriuré encara: escric.
I no, no em repeteixo.

L’hoste insòlit
Miquel Martí i Pol
1978


martes, 4 de noviembre de 2014

LA CUENTA ATRÁS

                Algunas palabras del maestro, lo recuerdo,  entraban por mi ventana como un vendaval gélido y furioso.  Irrumpían cruelmente, agitaban y  desnudaban mi ego de esa confortable complacencia que tan a menudo lo arropa.
                Otras repercutían como un goteo constante. Y cuando digo repercutían es que no dejaban de percutir y repercutir con suma tenacidad en ese rincón íntimo, que arrostra las más impúdicas renuncias.
                Pero las que más he temido, las que más me inquietaron apenas se escuchaban, acudían de lo más profundo, eran la sombra de un ahogado susurro, la inflorescencia de una letanía,  como tañidos depositados en el mismísimo sudario.
                Con gran solemnidad eran depositadas una a una en la espesa papilla del silencio. Con gran carestía íbanse asociando, trenzando pensamientos.
                Pero ahora no le oigo. Miro a Emilio atónita, indignada, asustada. Zenón guarda silencio al fondo de la alcoba. Y aunque retengo todavía su mano con fuerza, sólo se siente latir  el eco de sus últimas palabras:
                “Cuanto más soy conocimiento, menos soy vida. El tiempo decantado nos instruye y ejecuta a la vez la decadencia. Tenéis mis bendiciones. Ahora dejad que la vela de mis temores y mis contradicciones se vaya apagando. Debo descansar.”
                Con gran delicadeza beso su mano, que ya descansa. Y voy sumando lánguidamente a mi desconsuelo los primeros minutos de su ausencia.