viernes, 22 de abril de 2016

Los desencuentros (2)

Camarada José Luis:
Los horizontes de que me hablas no son aquellos por los que transito a menudo, acaso casi nunca, porque casi nunca consigo escapar de lo poco que sé. Cuando era más joven soñaba con investigar hasta la extenuación, con amasar información sobre la que volver a menudo, en carpetas y en recortes y en fragmentos de mundos periodísticos que alumbrarían un espacio en el que siempre me esperaría a mí mismo. Soñaba con que perseguir, saber y dominar temas que me obsesionan desde siempre. Temas que son yo, temas que son los otros que están ahí mirando sin verme, a ratos viendo quien no sé si yo mismo soy. 
Pero un día abandoné. Decidí que no valía la pena tener tanto guardado para redescubrir, para volver a las huellas, para ser el perseguidor. Dejé de guardar y fui infiel a mis ideas. Pesaba el tiempo. Pesaba el desasosiego de no saber cómo articular. Abrumado por tanta información, decidí no continuar. ¿Qué cabe en un cerebro, qué cabe en mi cerebro? Ponerle término fue cerrar el archivo, no querer saber más en profundidad sobre nada. ¿O no? 
No soy como tú, camarada. Tan sólo fue una tregua: ahora no acumulo en papeles, acumulo en la memoria. Dejo que la memoria elija y que en ella cuaje lo esencial y lo verdadero (o, al menos, verosímil, pues mi mente narrativa así actúa). Ahora y siempre he mirado por la ventana para captar, saber y decir algo pertinente después. Siempre hijo del realismo, quiero saber y añadir acaso un comentario que no es más que una variación sobre el tema (esto es música también, la literatura que me interesa es siempre música también), un sonido que parte de otro y lleva a un escorzo no más, a un rizo en lo liso, a una lisura en lo rizado. No soy como tú, y eso nos une: en mi ventana hay una llamada segura, fija, envolvente, con muchas palabras que me fascinan, y eso no me separa de ti: es la ventana contigua.

jueves, 14 de abril de 2016

LOS DESENCUENTROS

                Camarada Paco
                Sólo veo horizontes plausibles allá donde hallo ventanas abiertas a mi ignorancia.
                Todo aquello que me habla de lo conocido huele a usado. Todo aquel que se vacía en dogmas puede descansar en paz.
                Sé que todo lo que tocamos se convierte en duda.
                Sé que el espejo en el que nos miramos refleja todas nuestras edades.
                Y que lo poco que tenemos es menos que un suspiro. En cambio, lo que perdemos es un grito descarnado, un duelo superlativo.
                Será porque me hago mayor, pero llevo muy mal los desencuentros.
                Siento la necesidad de declararme en cobardía, pero no me reconozco.
                Nada fue como creímos.
                Y, sin embargo, queda tanto por hacer…